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05/05/2020

Chola y el consumo

Filed under: Cuentos — Stella Roque @ 17:33
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“Estoy aquí por prescripción médica, ¡así que déjenme en paz…!”.

La Señora Mabel, a la que todos llamaban “Chola”, los cortó en seco con esa frase, dispuesta a dar por terminado el episodio a su gusto y manera.

Chola vivía en el barrio conocido como Bajo Flores y desde hacía varios años, uno de sus paseos favoritos era visitar, al menos una vez en la semana, el famoso Centro Comercial “Alto Palermo”. Siempre le había hecho gracia esto de ir de “bajo” a “alto”; le parecía que tenía algún significado, o varios.

A su familia, en cambio, la cosa le resultaba cada vez más preocupante. Chola tiene un marido semiocupado y resentido, que sobrelleva más mal que bien, la peor de las situaciones: no sólo ser pobre y anónimo, sino haber estado convencido durante toda su vida de que estaba destinado a todo lo contrario. También hay dos hijas, una de dieciocho que estudia Psicología y una de quince que parece ser la menos interesada, en eso y en todo. Siempre da la sensación de que puede derrumbarse la casa y ella seguir pintándose las uñas como si nada.

A pesar de todo, las cosas habían funcionado razonablemente bien durante muchos años. El principio que parecía regir ese funcionamiento era: “no les pidas nada a los otros, no esperes demasiado, cumple los horarios y trata de que cada día sea más o menos igual al anterior”. Claro, esto puertas adentro, porque puertas afuera cada uno tenía sus escapes: el marido de vez en cuando a emborracharse con los amigos e irse de putas, la hija mayor a la Facultad y los innumerables bares adyacentes y la menor, de boliche en boliche mientras le alcanzara la plata y si no, de móvil en móvil, todo el santo día.

El escape de Chola empezó a ser, cada vez más, sus visitas al Alto Palermo. Justamente, todos empezaron a preocuparse cuando esas visitas se hicieron más frecuentes. Cuando llegaron a ser diarias, pusieron el grito en el cielo. Y la hija mayor impuso su criterio profesional de que a la madre le estaba pasando algo malo, que era presa de una especie de adicción, y que debían consultar a un psiquiatra. Y así se hizo.

La hija mayor argumentaba que había que dar tiempo, pero en realidad también a ella le extrañaba que pese a los dos meses largos de tratamiento, la conducta de su madre se mantenía prácticamente inalterada. Y la bomba estalló cuando, por primera vez, Chola no volvió a dormir a su casa. Durante toda la noche hubo corridas, llamadas, consultas a hospitales y comisarías, pero nada. Así que, a primera hora de la mañana, el padre y las dos hijas emprendieron viaje hacia Alto Palermo.

No les costó mucho encontrar a Chola: estaba desayunando, con un diario sobre la mesa, en un coqueto café cercano a la entrada. Se acercaron gesticulando y a los gritos. Ella los dejó un minuto y luego les pidió silencio con un gesto y los invitó a sentarse. “Escuchen – les dijo  – no piensen nada raro. Me quedé a dormir en lo de mi amiga Esther, para ir a primera hora al doctor. El doctor es muy amable. Me escucha durante largo rato casi sin un gesto. Y cuando le conté por qué yo había adoptado esta costumbre, simplemente calló, miró su reloj y me dio una nueva cita. Yo interpreté eso como que no estaba mal lo que hacía, y entonces seguí. Acá encuentro gente que me sonríe, aunque sea porque me quiere vender algo, es mejor o es peor que gente con cara de culo todo el día y que además no ofrece nada? Acá me ilusiono con colores  y formas diversas, con imágenes resplandecientes; escucho música,  me cruzo con gente distinta, converso a veces con algunos, me admiro a mí misma, bien vestida y contenta, en el espejo múltiple de las vidrieras. De vez en cuando me compro alguna pequeñez, y vuelvo atesorando la preciosa bolsita entre mis manos durante todo el viaje… Algo nuevo en mi vida… Así que, díganme: ¿tienen algo mejor que ofrecer? Hubo un largo silencio, que cortó definitivamente Chola con la frase de marras: “Estoy acá por prescripción médica, así que déjenme en paz…”.

“Ir de compras… es pensar en el (auto) agasajo… casi siempre está ligado a relaciones sociales, muy especialmente a las basadas en el amor y el cuidado…”. (D. Miller, antropólogo británico).

© Rolando Martiñá es educador, psicólogo y escritor. Este cuento pertenece al libro “Cuento de todos los amores”.

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